La calle es una invasión de gigantografías de celulares y está teñida de todos los colores de las compañías más importantes de telefonía celular en nuestro país. La gente deambula sin rumbo mirando la nada, se chocan entre ellos, entran a un kiosco y la empleada hace malabares para entender al cliente ya que le hablan por la mitad. Una mitad con el aparatito y la otra con la persona. En los autos, los conductores parecen hablar solos, ya que ni siquiera tienen visible el teléfono celular, usan el manos-libres.
Años atrás, comunicarse con alguien a distancia podía tomar quince días. Viajar del conurbano bonaerense a la Capital Federal implicaba estar comunicado durante todo el día. Pero poco a poco la tecnología comenzó a avanzar en materia de comunicaciones. Tanto es así, que muchos científicos llaman al siglo pasado como “El siglo de las comunicaciones”. Una época en que los celulares se fueron metiendo lentamente en nuestra vida diaria.
Como toda innovación tecnológica, en este sistema se aprovechó a los teléfonos móviles para explotarlos como productos manufacturados impuestos bajo un marketing consumista propio del capitalismo. Los resultados han sido mejor que los esperados. Hoy, casi nadie prescinde de un teléfono celular para desarrollar su vida cotidiana: una adolescente sale de su casa y le envía un mensaje de texto a su amigo para avisarle que ya está en camino, una madre llama al celular de su hija para saber dónde está, un empleado recibe un llamado de su jefe para preguntarle cómo va con su trabajo, los chicos se mandan mensajes entre ellos sólo para quemar el tiempo y los más fanáticos viven consultando el horóscopo, participando de sorteos y votando candidatos de reality-shows vía sms.
Así es la vida de hoy, con clases interrumpidas por ringtones de alumnos –como también de profesores- que afectan su apropiado desarrollo, con jóvenes comunicados por celular que a la vez pierden el contacto con la sociedad, con personas que pierden la cualidad de escribir como corresponde, ya que lo único que redactan son escuetos mensajes de texto.
Muchas personas no imaginan su vida sin el teléfono celular. Pero basta con olvidarse un día el artefacto en su casa –siempre y cuando no sea una herramienta irremplazable de trabajo- para ver cómo nuestra vida puede desarrollarse sin problemas a pesar de no contar con él. Si estamos en la calle y es necesario realizar un llamado, nos podemos dirigir a un locutorio o teléfono público que abundan por todas las ciudades. Incluso muchos podrían reducir su nivel de stress al dejar de recibir tantos llamados inoportunos que nos abordan a diario.
Lamentablemente, al hablar de celulares y aislamiento, no podemos dejar de mencionar el rol que juegan las computadoras e Internet en la vida de la gente. La tendencia al sedentarismo va en crecimiento junto con la de aislamiento. La juventud que antes formaba sus valores en la calle, en el club, bibliotecas o hasta en centros culturales, ahora se forma delante de un monitor al ritmo de las pop-ups (ventanas emergentes) y los programas de mensajería instantánea como el MSN Messenger, por citar un ejemplo. Esto no sólo genera el individualismo de las personas, que cambian sus relaciones con personas por artefactos electrónicos, sino que limita los horizontes de nuestra mente. Todo pasa a ser estructurado, estructuras débiles de palabras abreviadas e imágenes resplandecientes. Un bombardeo de información que debilita la mente y las ideas. Hace que se pierda la esencia del ser social, de relacionarse, de expresarse con el otro y aísla en un universo virtual que lo único que logra es acabar con la solidaridad, la moral y el respeto como otros tantos valores que constituyen una sociedad.
La inseguridad que tiene a la población al borde del abismo en estos días, logra que muchos padres prefieran tener a sus hijos en casa antes que estén jugando al fútbol en la calle, que viajen con sus amigos o se junten en cualquier otro punto de reunión social. Pero no tienen en cuenta que resulta más peligroso formar seres individualistas, automatizados y limitados a la hora de construir las bases para una nueva sociedad igualitaria, en donde los valores prevalezcan por sobre todo tipo de vicios.